Maya Banks - Mirando.
Miras sus ojos. Aquellos soñolientos, sexy, intensos ojos verdes irlandeses. Escuchas sus palabras, su tono de voz, la inflexión de su voz de barítono cuando él te cuenta brevemente, siempre brevemente, sobre sus clases de ese día, sus estudiantes, alguna noticia breve de una supernova misteriosa que apareció y luego desapareció. Él está de pie delante de ti, pero su mente todavía está en el observatorio. Sus pensamientos están bailando con las estrellas. Aun así, ves su cara con rodillas temblorosas y un deseo desesperado en tu alma. Miras sus manos, suaves, de largos dedos, deseando su toque contra tu mejilla, tus senos, o aun un suave roce en tu cabeza. Pero sobre todo, ves sus ojos, deseando que él te mire. Él no te está mirando. Ni siquiera te toca cuando entra en la habitación. Y son las únicas dos personas en la oficina de estudiantes de postgrado y aun no dice nada, no hace nada. Se pone de pie delante de ti, ojos verdes miran sobre tu hombro por la ventana hacia el espacio de color blanco plateado, que sabes que siempre será su verdadero amor. No tienes que girar. Sabes sin mirar que, aunque le guiñaras el ojo con coquetería a este hombre, él nunca te dará lo que necesitas mientras estén allí las estrellas en el cielo. Pero esto que has decidido, es tu penitencia. Es el precio que debes pagar por estar con un hombre cuyas pasiones se extienden por todo el universo. Te preguntas si incluso sabe que todavía estas en la habitación. Das un paso adelante, tomas el riesgo, mueves tu cabeza hacia su polvorienta camisa, respiras profundamente el olor a cigarrillos y sudor. Capturas un toque de perfume, su perfume, el de la mujer en cuyos brazos se despierta cada mañana, mientras tú te acuestas sola en la cama. Cierras los ojos y te distancias rápidamente, antes de que pueda alejarte. Has roto las reglas, lo has tocado en público. Él opta por ignorar el momento. No es la primera vez que intencionalmente violas las reglas, aunque estás bastante segura de que nunca has sido vista. Él maneja la situación de la misma mantera, todo el tiempo. Se mueve y habla y te mira con el mismo respeto que él siempre te ha mostrado cada minuto de los dos últimos años que han pasado juntos, y te dan ganas de gritar. Tú quieres presionar tus manos contra sus mejillas sin afeitar y mirar aquellos ojos cansados y gritarle que tú no eres invisible. Tú quieres decirle que no te preocupa ser la otra mujer, que tú nunca interferirías con ella, o sus niños, o su trabajo, o su reputación publica. Tú solamente quieres que él te mire, para que vea en la forma pura, preciosa en que tú lo miras, y que es mucho más emocionante que cualquier otra cosa que alguna vez haya visto a través de un telescopio. Él está mirando por la ventana, y de repente deseas darle una bofetada. Tú quieres odiarlo. Desearías poder olvidarte de él, empezar de nuevo, explotar en el cielo como una protoestrella, una estrella a punto de nacer, una nube brillante. Entonces te convertirías en un material interesante para él, una mancha de luz en medio de la oscuridad, y tú lo sacarías de tu gravedad, en lugar de al revés. Pero por ahora, tú no dices y ni haces nada que posiblemente pueda salvar, cambiar o destruir. En su lugar, te sientas, ves, escuchas, y tiemblas. Tiemblas en el tu interior donde quieres y necesitas más de él. Tiemblas en el interior donde él no puede ver.
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